Los 1.000 primeros días

¿Qué es lo más valioso que tienen los niños? Su cerebro. Sin embargo, no nos preocupamos por el cerebro de los niños tanto como por sus cuerpos. Se trata de algo que debería importarnos a todos, incluidos los dirigentes empresariales.

Los 1.000 primeros días de vida de un niño (desde su concepción hasta los tres años) abren un amplio abanico de oportunidades. Durante este periodo, el cerebro infantil puede crear hasta mil conexiones neuronales por segundo (un ritmo que nunca se vuelve a alcanzar el resto de la vida); conexiones que, a su vez, conforman el pilar fundamental del futuro de los niños.

La ciencia es clara en lo que respecta a lo que necesita el cerebro infantil para crear esas conexiones:

  • Estimulación desde lo más pronto posible: los niños que tienen a alguien que les lea cuentos, les hable, les cante o juegue con ellos no solo son felices en ese momento. Además, adquieren una capacidad cognitiva mejor, así como más posibilidades de vivir una vida más llena y productiva. Un estudio realizado a lo largo de 20 años y publicado en 2014 reveló que los niños de familias desfavorecidas que percibían estimulaciones adecuadas de pequeños obtenían, como adultos, unas ganancias que superaban en un 25% de media a las de quienes no percibían esas intervenciones. A pesar de ello, se estima que los gobiernos de todo el mundo gastan menos del 2% de los presupuestos de educación en programas de aprendizaje para la primera infancia.
  • Nutrición: en los primeros años de vida, el cerebro infantil consume entre un 50% y un 75% del total de la energía que absorbe de alimentos y de una buena nutrición. Cuando un niño no recibe la nutrición que necesita, se expone al peligro de retrasar el desarrollo físico y cognitivo. Aun así, en todo el mundo existen al menos 150 millones de niños que padecen retraso en el crecimiento, y millones más están en peligro de padecerlo debido a una nutrición insuficiente.
  • Protección: la violencia, los abusos, el abandono y las experiencias traumáticas producen altos niveles de cortisol, una hormona que desencadena respuestas de huida o de enfrentamiento a un peligro. Cuando los niveles de cortisol permanecen altos durante demasiado tiempo, producen un estrés tóxico que limita la conectividad cerebral de los niños. A pesar de ello, millones y millones de niños son testigos del terror de conflictos violentos y otras emergencias. Un número incontable de ellos también son víctimas de la violencia y el abuso en su propio hogar.
  • Exposición a la contaminación del aire: esto puede derribar barreras críticas del cerebro de un niño y ocasionar la pérdida y el daño del tejido neuronal. Alrededor de 30 millones de niños de todo el mundo viven en zonas donde el aire es tóxico y sobrepasa los límites internacionales en, al menos, seis veces.

La estimulación, la nutrición y la protección contra la violencia y la contaminación determinan el futuro de los niños e influyen en el futuro de los países, las economías y, en definitiva, el mundo que compartimos.

Pese a todo, se estima que unos 250 millones de niños menores de cinco años de países de rentas bajas y medias se encuentran en peligro de un desarrollo insuficiente debido a la extrema pobreza y el retraso en el crecimiento.

¿Qué hay de aquellos niños a los que no se conceden esas ventajas fundamentales durante los primeros días de vida? ¿Y qué hay de sus sociedades? Cuando los niños pierden esta oportunidad única, nosotros, como comunidad internacional, estamos perpetuando los ciclos intergeneracionales de desventaja y desigualdad. Vida tras vida, oportunidad perdida tras oportunidad perdida, estamos acrecentando la brecha existente entre los que tienen y los que no.

Esas pérdidas tienen un precio muy alto para todos nosotros. Un precio que se mide en aprendizaje precario, salarios más bajos, más desempleo, mayor dependencia de asistencia pública y ciclos intergeneracionales de pobreza que ahogan el progreso social y económico de todos.

Debemos trabajar todos juntos –los gobiernos, las organizaciones internacionales, la sociedad civil y el sector privado– para encontrar formas de invertir en programas que se dediquen a los 1.000 primeros días de vida de un niño y se centren en la nutrición, la estimulación, el aprendizaje temprano y la protección contra la violencia.