Ansiedad

Casi uno de cada tres sufrirá alguna patología mental en su vida, según el Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental; es el primer mapa de la prevalencia y edad de inicio de estos trastornos realizado en el país; muchos pacientes tardan en recibir tratamiento o directamente no acceden a la misma.

El convulsionado panorama económico local de estos días seguramente están echando más leña al fuego de los resultados que arroja el primer estudio local sobre epidemiología en salud mental: los argentinos no somos mayormente melancólicos y depresivos, como canta el tango, sino ansiosos y fóbicos.

De acuerdo con este trabajo, que relevó los problemas mentales de siete regiones del país, casi uno de cada tres sufrirá una de estas patologías en algún momento de su vida, y entre las más frecuentes están los trastornos de ansiedad. Los padece más del 16% de la población. A estos les siguen el abuso de alcohol, los trastornos del ánimo, el abuso de sustancias, el desorden depresivo mayor y los desórdenes conductuales disruptivos.

“La ansiedad es una reacción fisiológica normal en situaciones de incertidumbre -explica el doctor Marcelo Cetkovich-Bakmas, director del Departamento de Psiquiatría de la Fundación Ineco y de la Fundación Favaloro, que no participó de la investigación-. Pero cuando es crónica y generalizada, es una condición prevalente y fluctuante que se manifiesta como una preocupación persistente y exagerada por problemas de los que, si bien no son irreales, las personas no pueden sustraer su pensamiento. Viene con un cortejo de palpitaciones, contracturas, jaquecas… Y el país ayuda. Tenemos un entorno que genera muchísima incertidumbre y estrés de sobra. No es casual que seamos una de las sociedades con mayor consumo de ansiolíticos del mundo”.

Fobias y bipolaridad

Los trastornos de ansiedad figuran precisamente como la clase diagnóstica más prevalente en la Argentina. “El más frecuente es la fobia específica (a volar, a ciertos animales o insectos, a estar en lugares cerrados, a las inyecciones, y otras)-. Otro dato interesante es que el porcentaje de bipolaridad en la Argentina es mayor que en otros países y el de trastorno obsesivo compulsivo, también”.

Para la licenciada Gabriela Martínez Castro, “cada vez más gente sufre trastorno de pánico” (incluido dentro de los de ansiedad).

“Se presenta en forma abrupta y los síntomas alcanzan su máxima intensidad a los 10 minutos: mareo, sudoración, temblor, pérdida del control del cuerpo, terror a morir o perder la razón -detalla-. El paciente empieza a percibir señales de peligro cuando no las hay, incluso durmiendo. En general, la primera crisis se da entre 10 y 12 meses después de haber sufrido una situación desencadenante de estrés. También vemos mucho trastorno de ansiedad social, cuya característica esencial es el temor a no ser aceptado, a hacer papelones en público, y se presenta con sudoración extrema, temblores que no pueden evitarse y, en casos extremos, ataque de pánico”.

La especialista coincide en que, si bien hay una vulnerabilidad biológica, el contexto puede magnificarlos. La inseguridad y los problemas económicos son dos de los desencadenantes. “Los pacientes llegan al consultorio diciendo ‘me siento mal’, ‘no puedo seguir adelante con mi vida’ -agrega Martínez Castro-, ‘fui a un montón de guardias y los médicos me dicen que no tengo nada’. La sensación es de mucho miedo, y a eso le sigue la angustia. Frecuentemente, pueden conducir a la depresión”.

La ansiedad está primera en las consultas ambulatorias, seguida por la depresión, aunque, creció la combinación de estos trastornos con consumo de sustancias o adicciones. “Esto dio lugar a lo que se llama patologías ‘duales’ -explica-. Incluso en pacientes de estratos medios o altos. Y se pueden combinar con trastornos de la personalidad”.

También la depresión puede obedecer a causas médicas o biológicas, afirma Fernando Taragano, doctor en salud mental e investigador del Conicet en el Hospital Borda.

“Hoy estamos más advertidos y detectamos mejor cuando la depresión se instala por otras afecciones. Una causa muy común es la enfermedad cerebrovascular de pequeños vasos, los denominados infartos silentes, que no dejan secuelas motoras ni cognitivas, pero pueden conducir a esta afección. En adultos jóvenes y mayores, aproximadamente el 70% de los suicidios están relacionados con esta patología. Hoy se sabe que el adulto mayor puede incluso no llorar y no sentir tristeza. Se denomina a este cuadro ‘depresión seca’. Es tanta la necesidad que hay de ayudar a las personas que padecen esta enfermedad que roba el cuerpo, la energía, el intelecto, el apetito, el sueño y, a veces, las ganas de vivir, que hay muchas nuevas estrategias en estudio. Una de ellas es el uso del óxido nitroso o ‘gas de la risa’ (en los Estados Unidos se lo utiliza en los consultorios odontológicos). Todavía los resultados son preliminares, pero se ha observado que cuando una persona deja de respirarlo, enseguida desaparece del cuerpo, pero persiste un efecto antidepresivo muy importante, a veces durante semanas”.

Acceso al tratamiento

Aunque los desórdenes psiquiátricos son importantes contribuyentes a la carga global de enfermedad, y a pesar de que existen tratamientos efectivos para muchos de ellos, frecuentemente las personas no acceden al tratamiento adecuado.

La Argentina es el segundo país por su tamaño en América Latina; tiene el índice de desarrollo humano más alto de la región y el número más alto de psicólogos per cápita del mundo. Sin embargo, la mayoría de los individuos con un desorden mental en los 12 meses previos a la realización del estudio no habían recibido tratamiento. Lo que se vio es que en muchos casos pueden pasar años o décadas antes de que el individuo afectado pida ayuda.

“Esto ocurre por diferentes razones. El prejuicio y el estigma siguen existiendo. Mucha gente trata de ocultar el padecimiento mental porque le resulta vergonzante reconocerlo. Cuanto más lejos, mejor, y eso impide el reconocimiento de la enfermedad y la posibilidad de curarla. También puede ocurrir que una persona padezca una fobia, pero la pueda sobrellevar: por ejemplo, si les teme a las víboras, pero vive en Buenos Aires, es probable que nunca se exprese. En cambio, el que tiene fobia a volar renuncia a viajar lejos”.

La buena noticia es que por lo menos para los trastornos de ansiedad existen tratamientos efectivos, generalmente terapias cognitivas conductuales o grupales que, si es necesario, se complementan con recursos farmacológicos.

“En la ansiedad es donde mejor funcionan las estrategias de la vida sana -dice Cetkovich-Bakmas-. Lo primero es la psicoterapia y, si se supera cierto nivel, se puede recurrir a los fármacos”.